Las navidades son aquel periodo mágico en el
que mi capacidad de soñar está especialmente fina. Largas horas de sueño, y un
poco menos de actividad lo convierte en el tiempo perfecto para coger fuerzas.
Los libros que por fin acabo me ofrecen esas conversaciones que no logro tener,
y mientras otros van de fiesta, yo ultimo las horas con esa familia que está
más lejos de lo uno pueda desear.
Dado que la realidad supera siempre la
ficción, no tengo la necesidad de leer sobre mundos fantásticos, y los ensayos
de no ficción me parecen tan increíbles como Harry Potter o Star Wars. Esta
semana leí La venganza de la tierra, de James Lovelock, y como si de la
venganza de los Siths se tratara, me situaba en un futuro de lo más siniestro y
peligroso.
El autor era un desconocido para mí, pero ha
estudiado la tierra y su química más de tres décadas, y es famoso por
considerar la tierra en su conjunto como un ser vivo. Al parecer eso
escandalizó a la comunidad científica y solo fue acogido por algunos hippies, y
poco más. Lo relevante del libro es para mí la descripción muy preocupante de
nuestra relación tóxica con nuestro medio, y el poco respeto que llevamos
dedicando a la tierra, desde que quemábamos bosques para cazar con mayor
facilidad.
Empezando con la deforestación Neanderthal , y
siguiendo con la actual adición al crecimiento económico y los combustibles
fósiles , estamos cada día más cerca del colapso y la muerte generalizadas. El
autor es muy duro con el tecno-optimismo verde, que cree que los paneles
solares, energía eólica y las células de hidrógeno van a sacarnos del problema.
Él es un firme defensor de la energía nuclear,
y de enterrar permanentemente los combustibles fósiles. Argumentos no le
faltan, aunque es una verdad más que incomoda, pues la muerte lenta por carbono
parece más agradable que la radiación , y sus supuestos efectos cancerígenos .
Como él, ya son muchas las voces científicas que llevan décadas gritando
educadamente para un cambio de modelo, y critica el capitalismo verde, que
quiere poner parches de humo a un problema estructural.
Según él, hay que dar más espacio a Gaia, la
tierra, para que repare el daño que hemos hecho, y permita la vida en un
planeta cada vez más caliente y complicado para vivir. Deberíamos
desacelerarnos, sobre todo en aquellos lugares donde la abundancia
macroeconómica ya es una realidad, y mostrar un camino donde el campo vuelva a
ser un lugar integrador con la vida, y no una extensión gris de nuestros
tentáculos industriales.
Una vida más eficiente basada en la
suficiencia, en la proximidad y la vuelta al exotismo de los viajes, hoy al
alcance de todos, y por ello, su impacto es inasumible. Gaia está por encima de
nosotros, pues sin ella no hay vida, ni civilización ni sentido. Lo más
respetuoso pues es guiar el camino a una vida más sobria, rica en tiempo y
diversidad, más local, aunque no por ello más aislada, más dócil con el medio
ambiente, para retirarnos de la guerra actual con Gaia, de la que solo nos
espera la peor de las derrotas.
Es por ello que tal vez debamos plantearnos unas
navidades sencillas, como cuando éramos niños, donde el juego y algún dulce
bastaba para deleitarnos, en lugar de las actuales comidas desbordadas y los
viajes exóticos que destruyen aquellos lugares en los que soñamos visitar.
Igual cambiar sea el mejor regalo a nuestros hijos y nietos.
Comments
Post a Comment